El viento sopla fuerte en la estepa magallánica de Puerto Natales. Las inclemencias meteorológicas impactan sin piedad en el camino que conecta la otrora localidad chilena con el pueblito argentino de Río Turbio. Sin embargo, para el joven Adolfo Williams Miranda esto es algo común y rutinario. Es 1955, y el joven Adolfo hasta hace unos cuántos meses culminaba sus estudios en el Liceo San José. Una mañana salió de su casa, según él, regresaría en un par de semanas, sin embargo, esos días se transformaron en más de 10 años fuera del país. Adolfo estaba cruzando el paso hacia Argentina en busca de explorar, entre muchos otros oficios por realizar, el de la magia y el ilusionismo, arte que le daría un importante significado a su vida.
Río Turbio y sus localidades fueron el comienzo. Debía ganarse la vida mediante este noble arte, por lo que se traslada hasta el extremo atlántico de Río Gallegos, en donde sería parte de aquellos números artísticos ubicados entre las funciones de películas cinematográficas. Un modesto espacio denominado “Gran Cine Carrera” publicitaba al público riogalleguense a este joven conocedor de las artes ilusorias e hipnóticas: “Única representación del mago e ilusionista Williams, quien de paso para Buenos Aires nos dará a conocer sus desconcertantes pruebas de prestidigitación y misterio con los precios corrientes del cine”. Impresionante fueron sus actos que encandilaban las butacas australes y fomentaban el
crecimiento de esta promesa artística que, además, sorprendía por sus curiosos atuendos, muchos de ellos inspirados en oriente.
Va pasando el tiempo, van pasando las ciudades y, tal como auguraba su indumentaria, Adolfo estrecha lazos de amistad con Ricardo Roucau, más conocido como Fantasio y, posteriormente, el obstinado Adolfo, logra trabajar con el reconocido mago oriental Li-Ho Chang, conocido para esta época como Chang. Tras su arribo a Buenos Aires, la química entre ambos fue notoria, estaban destinados a colaborar mutuamente. Para 1958, en un diario porteño se anunciaba “Un viaje al infierno” a cargo del mago Chang en el Cine Colón, revista mágica que entre sus filas estaba Williams como secretario. Y así como fue secretario, también adoptó otros roles, su red de intercambio artístico iba cambiando continuamente (hasta Richard Suey tuvo una importante relación con él como mentor) y las fronteras dejaron de ser una barrera. Adolfo se apresta para continuar conociendo el continente, los pueblos y las audiencias de otros confines, incluso, de Estados Unidos.
La magia siempre estaba de su lado, incluso para momentos que transformaron su vida. Así lo cuenta Simon Stancic en un apartado de un diario: “La magia fue la que lo llevó al matrimonio en Uruguay. Cuando actuaba como mago en Paysandú conoció a su actual esposa, Martha, descendiente de vascos franceses con quien se casó en 1963”.
Juntos, colaboraron y se complementaron, a la par que transitaban hasta volver al origen, a Natales.
Ya en su tierra natal, de regreso, Williams adopta otras formas de magia y otros rubros de potente dedicación. Se hizo profesor y explotó su potencial como pintor. El “Profesor Williams” dividía la década de 1970 entre estas dedicaciones y su afán por la magia. Para 1978, en el marco de viajes a lo largo y ancho del país, llega hasta La Serena para participar del Congreso de Magia. Muy recordada fue aquella instancia. El mago Williams, que también ya se hacía llamar “El caballero de la magia”, sorprendió ferozmente en dicha instancia. “Se hizo atar por una camisa de fuerza y luego ordenó le colgaran de los pies a gran altura. En solo 20 segundos logró desatarse completamente, mejorando la marca de 40 segundo que poseía un prestigiado mago norteamericano”.
Y así como fue en La Serena, Williams continuó al alero de la magia y sorprendiendo a su público por mucho tiempo en diferentes latitudes e incluso canales de televisión nacional, a la par que continuaba desarrollando su talento pintor con diversas exposiciones. Es así como el paso por el extranjero le significó un importante impulso de desarrollo en su carrera y que lo mantuvo, por mucho tiempo, como un “artista de primera”.