Era 1975, iniciaba el mes de febrero y el gran coliseo de San Diego se preparaba estéticamente para albergar un sin número de representantes asociados al mundo de la magia. El inigualable Teatro Caupolicán anunciaba en su cartelera externa, encima de sus boleterías lo siguiente “Festival latinoamericano de magos. 1, 2 y 3 de febrero, funciones matinée, vermouth y noche”. Dicho anuncio gigantografiado en sus exteriores era algo que ya se conocía para quienes transitaban por esta arteria santiaguina, pues hace unos cuántos días ya se había promocionado con bastante énfasis en los respectivos diarios de circulación masiva. “Invasión de magos” decía La tercera de la hora, mientras que en Las Últimas Noticias advertían “lector, tiene dos semanas de plazo para acostumbrarse a lo imposible. Mujeres que flotan en el aire, pianos que se esfuman en un pase de mano, palomas que aparecen dentro de las cajas de fósforos, adelantos de bonificaciones”. Así, entre alta expectación y humor se anunciaba un mágico evento que recordará a otras instancias nacionales como aquellos festivales de verano en Viña del Mar en los 60’.
Para esta ocasión, el empresario Samuel Arochas fue el promotor artístico que dio el vamos para este particular encuentro que también incluía un componente competitivo. Arochas, preocupado por la alta concentración de estos eventos artísticos-culturales en la capital, promovió que quienes resultaran ganadores salieran de gira por
provincias y otras latitudes de Chile. Así las cosas, los magos comenzaron a invadir poco a poco a Santiago, convocados -además- por quienes estructuraron este evento: El Círculo Mágico Profesional de Chile, en calidad de organizador y el Círculo Mágico de Chile, que se encargó de supervisar grosso modo lo que estaba a punto de suceder en este gigantesco escenario.
Si este particular número de personalidades estaba detrás de la organización del evento, ¿qué se podía esperar de sus participantes? Pues se hablaba de un “sin número” o “medio centenar” de profesionales que dieron forma al festival. Sin embargo, dentro de los más nombrados (y desde ya, el gancho promocional con que los medios pretendían atraer a las masas) estaban: Ling Fu, Gerardo Parra, Orsini, Sanders, Ly Zam, Romario, Lux Casona, Larry Vidal, Morgan, Marvin, Tania Carol, El gran Giovanni, etc. Muchos fueron chilenos, pero la invitación estaba hecha para extranjeros, destacándose representantes de países tan cercanos como Argentina, Perú, Colombia, hasta lugares recónditos e impensados para esta ocasión como Pakistán.
Poquísimos días antes, los magos más connotados realizaron un punto de prensa en el restaurante chino Cantón, en la que periodistas de diferentes medios se asombraron ante los actos que pronto serían parte del público que libremente se dejaría encantar por estos elegantes ilusionistas. Así, el sábado 1 de febrero comienza el evento que
ya perfilaba sus categorías que redundaría en premios y trofeos. Principalmente hipnosis, magia cómica, magia infantil y manipulación fueron las áreas donde los magos debieron desenvolverse. Además, estaba otro elemento de reconocimiento, anunciado incluso en las promociones de los diarios: “Asista… premiando a los mejores… ‘Caupolicán de oro’ para los magos de mayor clase, a juicio del jurado de especialistas mágicos”. Aquel singular premio dependía de aquel jurado que estuvo compuesto por la directiva del Círculo Mágico de Chile, quien tenía a Enrique González Ilabaca a su cabeza, como también, al premiado mundialmente Fernando Larraín.
Junto con todo ello, las funciones de aquellos tres inolvidables días estuvieron complementadas perfectamente por las facultades artísticas de otras disciplinas y compañías. Estas incluían al Ballet mágico Reymar, quienes realizaron el llamativo ‘ballet de las brujas’; también la Gran Orquesta armónica tropical; y el debut de un cantante chileno que ya se había desplegado en otros países, cuyo nombre era Rex Alex.
El desplante, elegancia y destreza de quienes participaron significó una cálida recepción del público, donde se establecieron diferentes figuras premiadas. La más especial fue Ly zam, a quien se le concedió el llamativo “Caupolicán de oro” “por ser la figura más promisoria del momento en el mundo de la magia nacional”, sobre todo desde sus destrezas en el área del ilusionismo.