La vida de Gustavo Caprario es un ir y venir. Su destino parecía forjado por sus orígenes y su modo de vida resultaba ser un paralelo respecto al contexto en el que su familia se desenvolvía continuamente. Para empezar, su vida comienza el año 1955 en Valparaíso, siendo hijo de una familia circense en la que su padre era un verdadero trotamundos artístico. El nomadismo que predomina en este oficio de larga data no sólo impactaría en la manera en que Caprario se desarrolló, sino que también determinará su manera de vivir el resto de su vida.
A la luz del estímulo circense, Gustavo comenzó a estrechar lazos con las artes mágicas desde muy pequeño. Su edad no superaba los dos dígitos cuando se inmiscuía en circos locales para ejercer como “payasito”, y fue en esas circunstancias en las que comienza a ser el pequeño -y casual- ayudante de Emil Schaller. El mismísimo Mago Oliver lo involucraba en sus actos de magia con pequeñas acciones, tales como anunciar algún cambio o entregar algún utensilio. Sin embargo, este fortuito encuentro no será significativo en su niñez-adolescencia, pues durante esos primeros años, tal como se indicaba anteriormente, entra de lleno a los circos, incluso con un régimen de trabajo (considerando lo relativamente común que podía ser en aquellos años el ejercicio laboral en la niñez).
Esta situación cambia para el año 1967. Nuevamente, su padre comienza a recorrer otras latitudes y para aquella vez, su destino sería gran parte del cono sur del continente y Centroamérica. Caprario no lo piensa mucho y decide seguir los pasos de su padre, el cuál
comienza su recorrido en Perú y salta en debuts y despedidas de importantes escenarios de Ecuador, Honduras, El Salvador, etc. Sin embargo, fue en Panamá donde se gesta uno de los principales hitos de Caprario. Su padre instala “El palacio del Misterio”, siendo un espectáculo que le abriría las puertas a Gustavo a relacionarse completamente con el mundo de la magia y el ilusionismo. De hecho, para marzo de 1970, hace su debut como Ninos, “el teenager de la magia” en el canal televisivo de aquel país transcontinental.
Otro de los aspectos que forjó su carrera como mago fue uno de los tantos espectáculos de su padre, tales como “Cuerpo sin cabeza, cabeza sin cuerpo” situaciones que le darían un sello a recalcar en el ejercicio del ilusionismo, específicamente el de las grandes ilusiones. Si bien en instancias como esa, él ejerció un rol más bien de animador, su carrera comenzaría a aumentar en protagonismo al momento en que se inserta en el circuito americano de presentaciones y de relaciones con otros magos. Su nombre empezaba a aparecer en los anuncios de los diarios, de Honduras, Nicaragua y Panamá anunciando su presencia en night clubs, pero por sobre todo -siguiendo la tradición- en circos.
Dentro de estos espacios en Centro América tuvo diversos encuentros con los magos de aquellas tierras, los cuales, algunos, incluso se volvieron sus mentores, dentro de estos podemos mencionar la figura del Gran Chang, Luke Casini, pero, quien más influyo fue Asha Cairoli -Juan Iano Cairoli Bergen- donde Gustavo Caprario actuaba en condición de
ayudante de Asha, pudiendo de esta forma comprender la forma de presentar y montar un espectáculo.
Su situación comenzaría a estabilizarse territorialmente (al menos por un tiempo) cuando en 1979 se asienta en Chile como un artista relacionado intrínsecamente a la magia. Su ejercicio artístico lo reflejó en circos como Las Águilas Humanas y el de Los Bochincheros, en los cuales importaba su espectáculo que tanto le hizo destacar en Centroamérica. Sus artefactos para las grandes ilusiones, sus cajones y sus implementos resultaron en un importante aprecio de las audiencias que se maravillaron ante su destreza. Este mismo mérito le permitió participar en el programa de Los Bochincheros, donde se desempeñó por algún tiempo.
Al momento de asentarse en Santiago en la década de 1980, su vida continuó con un cierto leitmotiv repartido entre giras, presentaciones en circos y desarrollo de gestión y administración mágica. Esto último se demuestra, por ejemplo, con su cargo de presidente de la Hermandad mágica de Chile en sus primeros años para 1988. Es en la década de 1990 su apodo pasa de Nimos a Gianfranco Caprario, presentándose en distintos escenarios con una nueva identidad, pero con un desplante de misma calidad. Finalmente, si bien divide su tiempo entre esas actividades y otras de diferente índole, la magia continúa siendo parte de su vida y entre las décadas del 2000 y 2010 ha continuado participando en diferentes temporadas de circos.