“¿A qué teatro irá usted hoy?” era la pregunta que abría el suplemento cultural de diarios y periódicos que circularon durante mucho tiempo en la primera mitad del siglo XX en Chile. Películas, show de variedades, musicales y otros espectáculos fueron los que más llamaron la atención de muchas familias.
Bastaba abrir el diario y encontrarse con aquel gran título en el que se ofrecía cada panorama que encendía el ánimo de cada ciudad.
Sin embargo, entre las décadas de 1920 y 1930 las futuras audiencias se vieron enfrentadas a algo mucho más grande que ese título, de hecho, se vieron enfrentadas a un tipo de publicidad emergente, incluso con un tipo de letra ondeada y carente de uniformidad, sumado a ilustraciones que copaban un gran espacio de la página. Sin leer, aquel caballero oficinista de la época que leía su diario podía entender de qué trataba esto: es algo de oriente, tal vez de la vieja China. Algo místico incluso. ¿Qué será? Y es ahí cuando comenzó a leer el mensaje de aquella vistosa publicidad: “Caupolican. Hoy a las 10 P.M. Presentación del rey del ilusionismo Li Ho Chang y su compañía de espectáculos fantásticos. ¡Los misterios impenetrables del Tibet!”. El asombro fue inmediato. ¿Un mago ilusionista que viene desde la profundidad del gigante asiático? Hay que verlo.
Esa misma reacción se multiplicó en muchas
personas, muchas familias, como también, muchísimo tiempo. Fueron bastantes años (y prolongados en el tiempo) en los que el ilusionista Li Ho Chang ofreció su espectáculo con temáticas, trucos y ambientación oriental, inculcando explícitamente que provenía desde las altas cumbres del Himalaya, en la mítica región del Tibet. Así, este mago deleitó con un encanto inigualable a muchos teatros en Chile. Solo por nombrar algunos, pasó por Teatro Splendid, Victoria, Caupolicán, e incluso, El Providencia. Toda su compañía ofreció no sólo un espectáculo dedicado al ejercicio de la magia in situ, sino que también ofrecía variedades como el interesante film “Maravilloso viaje a la China prohibida”, película que fue de propiedad del mismo Li Ho Chang y que maravillaba a las audiencias desde el plano audiovisual, ofreciendo los encantos de diferentes ciudades chinas.
De todas maneras, el show de Li Ho Chang era el plato fuerte. Un ilusionista que viene directamente del oriente no podía ofrecer actos limitados a la cartomagia o la prestidigitación. Fue más allá, e incluso se le otorgaba la denominación de “El hombre demonio”, como también de traer su “Revista diabólica”. Fue común en estos suplementos de la prensa encontrar la oferta de sus principales actos. Algunos de ellos fueron “Aparición y transformación de personas a la vista del público”, donde dominaba con
audacia y elegancia para transportar a miembros de su compañía (y si le tocaba la suerte, podía ser el mismo espectador) en diferentes planos y dimensiones, reubicándolos de donde estaban. También se anunciaban pruebas de faquirismo, en donde aquel diario de la época comentada que se realizaría “una sensacional prueba que ha dado fama a los más grandes faquires de la India, esta prueba de titula ‘El hombre enterrado vivo’ y consiste enterrar bajo arena a Li Ho Chang por espacio de más de nueve minutos, sin que exista un truco o un medio por el cual pueda respirar ya que el mismo público se encarga de ir sepultándolo bajo la arena”. Y así, muchos otros actos que vienen desde la sugestión, las artes místicas y el ilusionismo tales como “El desayuno de Aladino”, “Los gansos acuáticos”, “La bola magnética”, etc.
El “simpático chino”, el rey del misterio Li Ho Chang caló hondo en gran parte de las ciudades de Chile que ofrecían estos panoramas artísticos. Toda la compañía de este mago siempre se vio sorprendida y agradecida con sus audiencias, las que no aguantaban las ganas de repetirse el plato, de volver maravillarse con el encanto oriental, como también, de ser parte del ejercicio de la magia en vivo y en directo.